Corría 2000, y mientras el país se cocinaba a fuego lento, a Andrés Calamaro las canciones se le caían de los bolsillos. Tenía compuestas centenares (“Para la elección de los temas escuchamos más de doscientas”, confiesa a Página/12). A principios del nuevo milenio, llegó proveniente de España, después de unos recitales que había brindado en Europa como telonero de Bob Dylan, en el marco de la presentación de Honestidad Brutal, aquel disco doble de la tapa roja y negra y los 37 temas, que ya era todo un record en la pequeña historia del rock nacional. El Salmón estaba dando sus primeros signos de vida.
La epopeya de publicar 103 canciones no era un plan premeditado. No había intención de armar una revuelta musical ni el ansia de batir records. La idea era una sola: tocar, escribir y grabar todo lo que se pudiera. Entonces, en una acción de deshumanización extrema (había que dejar la vida por esas canciones), Calamaro se encerró en Deep Camboya (un cuarto de su departamento de Palermo) a hacer lo que le diera gana. “Sí, lo llamábamos la ‘animalización’, estábamos renunciando a todo; pero éramos pícaros para elegir a qué renunciábamos. Priorizamos renunciar a compromisos sociales y familiares, a no leer el diario pero enterarnos de todo (de alguna forma); no ver televisión, quizás un concierto de Jimi Hendrix o Miedo y Asco en Las Vegas”, dice el autor de “Crímenes perfectos”. Era un Calamaro en estado de rock puro. Grabando en baja calidad, atravesado por una crisis personal que parecía comérselo, listo para prestar su ayuda ante cualquier aventura musical. Y fue ahí cuando se fabricó una patria chica en su departamento de cuatro ambientes, y se instaló para armar un lío de dimensiones desproporcionadas. “Nos montamos nuestra propia republiqueta para seguir probando las mieles del rock como estilo de vida; con las drogas no teníamos problemas porque el dinero no se terminaba; y tampoco renunciamos a los placeres básicos de las personas; incluso, sospecho que aquella renuncia era una cuestión hedonista (ética) más que un proyecto puramente artístico o musical. Algunas veces compararon a El Salmón con la Escuela de Frankfurt o con Jackson Pollock, cosas así.”
Entre octubre y noviembre de 2000, El Salmón vio la calle en la Argentina y España. Eran 103 canciones repartidas en cinco discos. 80 completamente nuevas, y una veintena de covers. “En España era normalísimo ver este tipo de ediciones a fin de año, ofertas navideñas como ‘las 101 mejores canciones del pop español de los ochenta’ y muchas variantes del género súper discos. Discos baratos por la cantidad de música, pero muy rentables. Entonces insistí para editar algo así pero de música original. Yo ya había armado varios CD, incluso con títulos y con diseño gráfico; y eso fue lo que llevé a la discográfica para ‘vender el pescado’”, narra Calamaro. Y sigue: “Eran grabaciones para escuchar entre amigos, hacer música para nosotros y nadie más; a veces pensábamos que nadie iba a escuchar eso. Pero finalmente empecé a elegir temas y armar una selección. Fue así que llegué a la convicción quíntuple”, detalla.
Cierta parte del público y la prensa recibió el disco con resistencia y hasta con cierto grado de animosidad. Pero de a poco surgió “El Salmón”, la canción elegida como primer corte, que estableció un mojón importante en su obra y, años después, se convertiría en un éxito de estadios. “En su momento no fueron generosos con el disco. No le regalaron nada; nadie rompió una lanza por El Salmón, pero no deja de ser bello que un disco así haya sido incomprendido o incómodo”, se enorgullece su autor.
Las letras y Los Poetas de la Zurda
Andrés no fue el único que escribió aquella parte de la historia. Estuvo acompañado de amigos que se fueron acercando y colaboraron en la gesta. Algunos fueron Marcelo “Cuino” Scornik (que escribió las letras de trece canciones), Jorge Larrosa (autor de “Nos volveremos a ver”), Norberto Pappo Napolitano (coautor de “Me fui volando” y “Lorena”) y Andy Chango, entre otros amigos y conocidos. Calamaro cuenta cómo era el proceso: “Por lo general, escribíamos la letra y grabábamos la música al mismo tiempo; si estaba con el Cuino, entonces yo miraba un poco lo que estaba escribiendo, la métrica y el tono poético, para desarrollar una base musical completa. Había momentos que también grababa solo. Música y letra, difícilmente, no llegan juntas”.
A Jorge Larrosa, cuando habla de Calamaro, le brillan los ojos. Se emociona y no para de recordar anécdotas de aquellos días en donde el autor no paraba de “escupir canciones”. Conformó, junto a Calamaro y a Scornik, el tridente fundacional de la poética salmonera, que hoy se recuerda bajo el nombre de Los Poetas de la Zurda. “Cuando conocí a Andrés, me preguntó si yo escribía; y le dije que sólo escribía cartas. Entonces me pidió que lo hiciera. Me empezaron a salir letras crudas, a diferencia de las de Marcelo y las de Andrés, que tenían metáforas, y era una poesía espectacular. Siento que El Salmón es un disco libre que habla de la libertad. Y que además es bien latinoamericano, argentino y rioplatense”, cuenta.
Andy Chango, desde España y a través de un correo electrónico, se ríe: “La única obra monumental que conozco es la cancha de River. Para acordarme de todo lo que me dijo Andrés por esos días, necesitaría un montón de secretarias”. Mientras tanto, en su departamento del barrio de Belgrano, Marcelo “Cuino” Scornik no tiene nada relacionado con aquella vida “sin horarios esclavos”. Sólo atesora la edición en vinilo de On the rock, la última producción de su “hermano”. “No tengo ninguna edición de El Salmón, soy un desastre”, se ríe. Por aquellos días, las letras de Scornik se amontonaban como papiros. Había decenas escritas por él. Algunas, como “La diabla”, “El muro de Berlín”, “Rumbo errado”, “Freaks”, “Jugando al límite” o “Tu pavada” lograron entrar en la marea de las 103 canciones y hoy son cuentos, pequeños relatos de aquellos días tormentosos. Otras, como “22 de agosto”, “Los chicos”. “Patrón de mil mates” o “Estadio Azteca”, se dejaron para otros proyectos. Algunas permanecen inéditas. “Era una época donde vivíamos sin horarios ni calendarios, yo a veces escribía mientras Andrés tocaba una música y así salían. El Salmón es un disco de amigos. Por ejemplo, la letra de ‘Empanadas de vigilia’ la escribí de un tirón en cinco minutos, una mañana. Y Andrés, a la tarde, ya le había puesto música y la había grabado con la portaestudio.”
La portaestudio salmonera
Un grupo de fanáticos organizó, el último 22 de agosto (día del cumpleaños de Calamaro), el Salmón Fest, un recital celebratorio del aniversario del disco. Participaron Ciro Fogliatta (“Tocamos algo de Andrés, pero también otras cosas”, dice el ex tecladista de Los Gatos), Los Animalitos y Marcelo “Cuino” Scornik, entre otros. Allí, el Cuino se dio el gusto de regalar la histórica portaestudio que utilizó Calamaro para registrar las canciones que fueron a parar a El Salmón, pero también a los sucesivos inéditos que se publicaron en Internet (esa misma portaestudio que compró en el barrio de Once y muchos de sus fanáticos consideran un objeto de valor incalculable). “La verdad, usamos muchas, eran descartables, no soportaban el uso tan sostenido e intenso que les dimos a los salmones. Supongo que habremos usado quince portaestudios diferentes, todavía tengo algunos”, recuerda Calamaro. Y sigue: “Aunque casi no lo volví a escuchar, cada vez que escucho algo de aquel Salmón siento vibraciones químicas que suben; me sorprendo, me gusta. Me conmueve nuestra renuncia total: vivir para escribir y grabar sin pensar que era un disco. Fue pura inspiración y locura”.
La música de El Salmón
La banda estable de Andrés Calamaro (y la que grabó gran parte de El Salmón) estaba compuesta por Candy Avello (hoy Candy Caramelo) en el bajo, Gringui Herrera en guitarra, José “Niño” Bruno en batería, Guillermo Martín en guitarra y Ciro Fogliatta en teclados. Los viajes de El Salmón de Buenos Aires a Madrid (todo nació en la Argentina, pero se terminó de construir en España, con la colaboración de varios músicos que se acercaban) no ayudaron a que hubiera un poco más de orden, pero sí les dieron a los discos una frescura y una desfachatez inédita. Algunos de los tantos invitados en Europa fueron Miguel Zavaleta, Andy Chango, Tito Losavio, Ciro Fogliatta, Ariel Rot y Enrique Bunbury. “Allí estuvimos tres meses limpiando, solucionando accidentes en el audio y conformando El Salmón tal cual hoy lo escuchamos, aunque las versiones de Buenos Aires estaban muy bien; sin embargo, fui al estudio grande para escuchar a gran escala y fue donde grabamos con los músicos”, relata su autor. En tanto, Zavaleta cuenta cuál fue su experiencia: “Yo lo fui a visitar y cuando llegué al estudio me dijo si podía grabar unos coros. Recuerdo que en el estudio había mucha gente, y no me acuerdo en qué tema participé. Pero mi colaboración fue simbólica. Lo que valoro es el gesto que tuvo Andrés de invitarme. Es como cuando alguien te invita un vaso de vino”.
Otro que aporta su testimonio es Fogliatta: “En España él me llamó para hacer algunas canciones y grabé como quince temas en un día. Fue todo muy rápido. Me decía ‘escuchá el tema’, lo ponía una o dos veces y después yo tocaba encima, improvisando”. Fogliatta, que es un músico que proviene del rock pero también del blues, continúa: “Yo estaba acostumbrado a eso, porque ahí tuve que improvisar, pero salió bastante bien”. Gringui, guitarrista histórico en los grupos de Calamaro, recuerda: “Estábamos haciendo giras y grabábamos en España. Lo que me acuerdo es que a veces estábamos todos y a veces él quería estar solo. En su momento, El Salmón me pareció muy bueno. Hoy no lo sé, pero en la discografía de Andrés es uno de los mejores. Esa época fue muy buena, de mucha inventiva, mucha creatividad. Era una adrenalina estar en ese momento, donde agarrabas y decías ‘bueno, vamos a hacer un tema’ y agarrábamos la guitarra, otro tomaba un papel y se hacia la canción directamente”.
Otro de los artistas que estuvieron fue Tito Losavio: “Estuve un par de veces en el estudio. De las cosas que me acuerdo era de un tipo que era un personaje bastante especial, un dealer de Madrid. Y Andrés lo quería hacer grabar. Y también que tocara un ritmo medio raro, pero el tipo no era músico. No había una rutina musical, las cosas surgían en el momento. Surgían de una arenga que llevaban las cosas para un lado o para otro. El estaba en una situación especial con él mismo”.
Las versiones
Entre covers y auto covers (“No se puede vivir del amor” y “No te bancaste”), El Salmón cuenta con 23 versiones de clásicos repartidos entre The Beatles, Rolling Stones, Bob Marley, Pappo’s Blues, Almendra, Carlos Gardel y Sandro, entre otros. Estos artistas homenajeados dan cuenta de toda la música que Calamaro escuchó desde su juventud. Y de la que aprendió, sin dudas. “No nos costaba mucho sonar reventado; pero con tantas horas grabando y tocando ya tenía bastante dominada la técnica de la grabación, estaba afilado. A veces grababa dos horas y conseguía resultados más elegantes, como ‘Plegaria para un niño dormido’ o ‘Laura va’ y otras que no están en el disco”, concede. Quizá las versiones más logradas sean las de “I will”, de The Beatles, “No woman no cry”, de Bob Marley, en versión disco, y “Los ejes de mi carreta”, de Atahualpa Yupanqui.
Final del viaje (conclusión)
Después de la salida del quíntuple, Calamaro siguió componiendo al mismo ritmo sostenido que los meses previos a El Salmón. “Tal vez más intensos que antes, con más letras, más grabaciones reinventadas, más temeridad musical; creo que repetimos la temporada dos o tres veces, y después empecé a grabar en Madrid respetando el mismo estilo de vida. Creo que seguimos grabando con la misma intensidad hasta fines del 2002 o del 2003”, explica. Y es cierto, porque la cantidad de inéditos que navegan por Internet son incontables. En el sitio web Camisetas para todos (camisetasparatodos.com) se pueden descargar más de 70 inéditos compuestos entre 2000 y 2003. Allí se pueden escuchar las primeras versiones de “Estadio Azteca”, “Los chicos”, “El perro” o “Bachicha”. Fueron pasando los años y Calamaro supo conquistar la mayor cantidad de seguidores, pero también aumentó la cifra de sus detractores. La última canción de El Salmón es “Este es el final de mi carrera”. Pero su carrera siguió navegando contra la corriente.
Crédito fotográfico: Jorge Larrosa