Para María Laura Leguizamón
Han pasado ya más de 35 años de la vez que el periodista John Landau, en una crítica a Blood on the tracks, comparó a Bob Dylan con Charles Chaplin. En aquel texto, Landau (que ahora es manager de Bruce Springsteen) escribió: “Bob Dylan podría ser considerado el Charles Chaplin del rock and roll. Ambos son considerados genios por su público. Ambos fueron proclamados revolucionarios por sus primeros trabajos y sometidos a un exhaustivo ataque cuando sus trabajos posteriores fueron considerados inferiores”. Y decía de Blood on the tracks: “Sólo sonará como un gran álbum por un tiempo. Como la mayoría de lo de Bob Dylan, es imperecedero. Pero como el hombre que lo hizo, el álbum no está dirigido a nadie y está hecho para todos. Es el trabajo de alguien quien no se ve a sí mismo sino a través de nosotros. Y todavía nos hace ver cosas que no habíamos visto antes”. ¿Un disco más en la obra de Dylan? ¿Su peor disco?
Dylan en plena grabación de Blood on the tracks |
La preguntas que surgen, entonces, son: ¿para quién están dedicadas esas canciones que contiene Blood on the tracks? ¿Nos importa? ¿De qué hablamos cuando hablamos de Blood on the tracks? ¿Qué nos seduce de un disco tan grande e inasible? El periodista –y ahora director de cine- Cameron Crowe, en las liner notes que escribió para el disco Biograph, de Dylan, apuntó: “Inspirado, según se dice, en la ruptura de su matrimonio, el estilo del álbum se basaba más bien en el renovado interés de Dylan en la pintura. Las canciones calan hondo, y su sentido de la perspectiva y de la realidad estaban cambiando continuamente”. El “renovado interés de Dylan en la pintura”. La obsesión de Dylan por Chagall luego del accidente en su motocicleta que lo había recluido durante unos años fue materia del episodio anterior en la saga. Dylan cuenta algo del tratamiento de las canciones en Biograph: “Supongo que simplemente estaba haciéndolo como si pintara un cuadro, en el que puedes ver diferentes partes pero también ves el todo”. Y el periodista norteamericano Paul Williams, en Bob Dylan: Performing artist. The middle years 1974-1986 sostiene: “Perspectiva y realidad. Dylan habla en las entrevistas de la ausencia de tiempo; la palabra a la que me veo recurriendo para describir el mundo especial que evocan muchas de sus canciones y actuaciones es ´atemporalidad´.
En la primavera norteamericana de 1974 comenzaron los problemas para Sara y Bob. Él decidió asistir a unas clases de arte que brindaba Norman Raeben, un anciano de setenta y tres años que inyectó en Bob un renovado entusiasmo por la pintura. Si hasta dijo que para él, Raeben “era más poderoso que cualquier mago”. Bob se encaprichó, asistía permanentemente a sus clases y se obsesionó. En una entrevista llegó a decir: “Ahí fue cuando empezó a romperse nuestro matrimonio con Sara. Ella no sabía lo que yo hablaba, en lo que pensaba. Y yo no podía explicárselo”. Con Sara mantuvieron una relación bastante estable durante 1966-1974, pero Dylan volvió a caer en el alcohol, fumaba incansablemente y había vuelto a salir de gira (el Tour ´74 junto a The Band). Durante esa gira a Dylan lo relacionaron con muchas mujeres y algunas proclamaban en los medios haberse acostado con él. La separación fue inevitable.
En la biografía escrita por Williams, se encuentra este apartado sobre el misterioso encanto que produjo Norman Raeben sobre Dylan: “Le enseñó una técnica mediante la cual podía, consciente y deliberadamente, llegar al esquivo lugar de la libertad, de la intención y del abandono en el que se crea el gran arte: un lugar en el que las palabras y la voz fluyen libremente hacia formas encantadoras e inesperadas, en las cuales uno canta totalmente desde el corazón”. Aquí alcanza con escuchar “Idiot wind” como botón de muestra: Dylan la canta “mal”, pero sintiendo la letra, saboreando cada palabra una a una. Él expresó en una entrevista qué le significaba la enseñanza de Raeben: “Me ató al tiempo presente mucho más que cualquier cosa que haya hecho. Más que cualquier experiencia que haya tenido, cualquier iluminación que haya tenido. Porque estaba constantemente entremezclado conmigo mismo y todos los diferentes ´yoes´ que había, hasta que se fue éste y se fue aquél, y finalmente me quedé con el que me era familiar”.
Dylan en un recital del Tour ´74 |
Durante el verano de 1974, Bob comenzó a escribir las canciones de Blood on the tracks. Según Howard Sounes, el periodista encargado de escribir Down the Highway (una biografía bastante consultada últimamente): “Las ideas del profesor de arte Norman Raeben influyeron notablemente en la forma de construir las canciones”. Empezó con las sesiones de grabación en septiembre de 1974 y lo terminó durante el mismo mes, aunque él no había quedado contento. Le llevó una muestra a David, su hermano. Le contó que ya estaba terminado y que la portada ya se estaba imprimiendo, pero todavía seguía pensando en que podía cambiar algunas cosas. Las diez canciones que componen el disco, Bob las grabó, inicialmente, en Nueva York. Pero no estaba satisfecho con algunas, y quería cambiar algunas partes de “Idiot wind”, en donde pensaba que era explícita la referencia a su separación con Sara. Le pidió a su hermano que juntara algunos músicos y regrabó “Tangled up in blue”, “Idiot wind”, “If you see her, say hello”, “You´re a big girl now” y “Lily, Rosemary and the Jack of hearts” el 27 y 30 de diciembre del mismo año, en Minnesota. El disco fue grabado con diferentes músicos, en dos estudios y durante un lapso de tres meses.
El disco abre con “Tangled up in blue” y “Simple twist of fate”. Ellas hablan de un encuentro entre dos amantes, como si fueran una misma historia. El final de “Simple twist of fate” habla de la separación de los amantes. Los biógrafos apuntan a que “You´re gonna make me lonesome when you go” está inspirada en una novia pasajera que tuvo Dylan durante esos días. Su nombre era Ellen Bernstein (una ejecutiva de Columbia Records que tenía sólo 24 años y Bob la había conocido durante uno de sus recitales del Tour ´74), y había pasado un tiempo con Bob en su casa. En Blood on the tracks vemos a un Dylan cantante. Un álbum de banda. Es decir, Highway 61 Revisited, Blonde on Blonde y Blood on the tracks son disco de banda. Sin embargo, en Blood on the tracks a Dylan le importa “cantar”, “decir”, dar a conocer lo que está cantando, quiere “informar” y graba su disco más o menos bien (o mejor que los anteriores). Porque si en Highway 61 Revisited el valor estaba puesto en el sonido, “la electrificación”, en Blood on the tracks todo queda a un lado y produce su mejor voz. Algo que, posteriormente abandonaría, para consolidar un grupo, un sonido, una banda en vivo. Dice Williams: “Le importan las palabras y la melodía que ha escrito, y la historia que cuentan y los sentimientos que desencadenan; este interés le hace ser más consciente y estar más presente al cantar, de forma que es capaz de poner más de sí en la vocalización de cada palabra, en la producción de cada nota”.
John Landau decía en su crítica sobre Blood on the tracks: “Dylan frecuentemente ha dicho que su objetivo en un estudio es poder captar los sentimientos, y la forma en la que lo logra es manteniendo las cosas simples: ensayo, algunas tomas y luego la próxima canción. El artista sabe cómo trabaja. Por lo tanto, debería no alterarse”. Y hacía referencia a algunos discos clásicos del autor de “Blowin´in the wind: “Los álbumes eléctricos de Dylan han sido descuidados sin sentido, a veces mal grabados y no tan buenos como el material garantizaba”. Un poco Blood on the tracks sigue la misma línea, porque fue uno de sus discos al que Dylan le dedicó un trabajo obsesivo, pero sería en Oh Mercy (quizá la mejor proyección de Dylan en un estudio de grabación) un disco de la década del ´80, donde lograría hacerse amigo del estudio de grabación.
2 comentarios:
Grande Mati. Imagino que estás con la ansiedad pre show como todos...
El peor disco de Dylan? Por favor, flaco, tenés un problema de oído. Pésimo crítico de música. No tenés un argumento serio para analizar un disco. Me llamo Mario Arteca, no soy anónimo.
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