Nota publicada hoy en la sección Cultura & Espectáculos del diario Página/12
Un desprevenido hubiera pensado cualquier cosa: en los alrededores del estadio Luna Park se veían melenas rolingas, hombres de cuarenta y tantos vestidos con saco y corbata, otros con peinados glam, y muy pocas camperas de cuero o demás atuendos identificados con el heavy metal. Eso sí, todos se refugiaban de la lluvia. Las veredas adyacentes al Palacio de los Deportes estaban recubiertas de camisetas a 50 pesos estampadas con la fecha del recital o la foto de la banda, en plena pose de estrellas de rock. Y hasta vendían remeras totalmente blancas, con la inscripción de Scorpions en negro y su rigurosa tipografía original. El heavy metal recién apareció cuando se apagaron las luces y el público, en el campo y apiñado contra las vallas, comenzó a cantar “Scorpions, Scorpions”, como grito de guerra y aliento a la banda alemana. Y ahí nomás salieron los músicos a calentar el escenario. Klauss Meine (voz), Rudolf Schenker (voces y guitarra), Matthias Jabs (guitarra), James Kottak (batería) y Pawel Maciwoda (bajo) transpiraron la camiseta y tocaron en una hora y cuarenta y cinco minutos todo un repertorio avasallante.
Además de presentar Sting in the Tail, su último disco de estudio, editado en marzo de este año, esta gira mundial de Scorpions representa el adiós definitivo de la banda de rock pesado. Banda que supo conquistar, también, a las amas de casa y a los escuchas de radios tipo Aspen, a caballo de “Winds of Change” y “Still Loving You”, dos canciones que no faltaron en el recital y que fueron de las más festejadas por el público de las plateas. En el campo, en cambio, se aguardaban las que propician el pogo. El Luna Park, que no cuenta con demasiadas bondades en cuestión de sonido, no fue escollo para el grupo nacido en el año 1969 en Hannover. Los Scorpions sonaron escandalosamente fuerte, con bravura e insolencia, y sin parar un minuto a descansar, salvo para los bises. Pero los gestos demagógicos (la bandera argentina descansando en los hombros de Meine, los ademanes tribuneros de Kottak en su solo de batería, los repetitivos “Buenos Aires, Argentina”), a los que el público ya está acostumbrado, restaron varios puntos a la performance.
Con su disolución, Scorpions deja un surco en la historia. Sus integrantes, como afirmaron, no abandonarán la música, pero sí a un grupo que los definió como artistas y como personas. La de la banda alemana es una marca registrada, con una obra descomunal que ocupó gran parte de las últimas cuatro décadas del heavy metal: más de veinte discos grabados (¡pasaron por todos los sellos discográficos!) y miles de conciertos por todo el mundo. En la platea, un hombre de unos treinta años despertó la risa de unos cuantos. “¿Te acordás del álbum de figuritas de rock? Estos eran los más fáciles.” Cuarenta años ininterrumpidos tocando, mejor o peor. Pero allí estaban, ataviados con sus camperas de cuero, pelando un sonido crudo, a todo lo que daba. Más allá de los pergaminos obtenidos en el camino, el grupo comandado por Meine mostró sus verdaderas credenciales. Se escuchó en “Raised on Rock”, “Holiday” y “Dynamite” una verdadera comunión de guitarras, que en un pasaje del recital fueron tres tocando a la vez. El solo de batería de Kottak fue automático –entrenado a la perfección, eficaz, poco espontáneo– y simuló un repaso histórico del grupo acompañado de las imágenes que se proyectaban en las pantallas del escenario. Las siete mil personas cantaron con “Bad Boys Running Wild” y “The Zoo”, dos clásicos imborrables. Los movimientos de los músicos estaban estratégicamente estudiados, pero no perdían emotividad ni la arrogancia propia del género. La lista de temas fue contundente: sólo tres baladas se interpusieron en el camino del rock duro.
“Big City Nights” y “Rock You Like a Hurricane” fueron de las últimas canciones de esta despedida que recién comienza (al tour le restan dos años de conciertos). Para resaltar quedan en el recuerdo de la gente el envidiable registro vocal de Meine, que llegó intacto al cierre y nunca defraudó; así como el estado físico de los guitarristas Schenker, Jabs y del bajista Maciwoda, que aportaron al show con corridas por el escenario, riffs violentos y un espíritu metalero indestructible (todos superan los 45). En cuanto al público, despidió a la banda con aplausos y cánticos (un tibio “Una más y no jodemos más”), pero los músicos no volvieron. En la gente no se vislumbraron la amargura ni mucho menos la tristeza que despierta un adiós definitivo. Había que refugiarse de la lluvia que todavía caía sobre Buenos Aires, mientras resonaba en los oídos la última presentación de Scorpions en la Argentina.
Crédito fotográfico: Rolando Andrade
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