Es una noche de viernes y el bar La Perla del barrio de Once está repleto. El público se amontona en la entrada: Litto Nebbia acaba de bajar las escaleras que lo llevan directamente al salón central y de ahí al pequeño escenario. Es la penúltima de sus presentaciones en el ciclo de rock argentino, coordinado por Rodolfo García, que se lleva a cabo desde noviembre del año pasado y por los que han pasado músicos como Miguel Cantilo, Alejandro Medina y Javier Martínez, entre otros.
Afuera hace frío, pero adentro las paredes transpiran. Unos cuadros enmarcan algunos recortes de diarios y de revistas que documentan al visitante: aparece la figura de Tanguito, una placa que conmemora la creación de “La balsa”, himno generacional si los hay, y, en una de las paredes laterales, se puede ver la fotografía de un Litto Ne-bbia jovencísimo. Hoy se lo ve, claro, con menos pelo, más años y muchas más canciones.
Sin dudas, éste es el contexto ideal para charlar sobre los discos que se publican mañana junto a Página/12 y que constan de la grabación de aquel recital histórico por los festejos de los doscientos años de la Revolución de Mayo, en la Avenida 9 de Julio, y que tuvo a Nebbia como principal motor a la hora de reunir a los artistas que participaron.
–¿Se vive la misma emoción tocando solo en el bar La Perla, que ante millones de personas, como sucedió en los festejos por el Bicentenario? ¿Se sigue siendo un “náufrago” ante tamaña multitud?
(Risas.) –En esa época era muy importante esa palabra. Significaba quedarse despierto toda la noche y tenía que ver con la bohemia, la música. Eramos sobrevivientes de un naufragio. Cuando empezaba el día, veíamos a la gente con la cara fresca, recién levantada, y no-sotros parecíamos tipos que habían abandonado un barco. Pasaron más de cuarenta años y hoy me veo haciendo lo mismo: música. Claro, con los cambios cronológicos de la vida y con lo que uno va haciendo. Yo no me ubico en un rol protagónico en esto, siempre hice música: desde los ocho años que no paro. Y hacer música con mi viejo a los ocho años, hacerlo a los dieciséis en La Cueva, hacerlo a los veinte con Los Gatos y hacer música en el escenario en los festejos del Bicentenario, todo lo viví con la misma emoción.
–Pareciera que estamos ante una reivindicación de la primera década del rock nacional: la caja con nueve discos editados por Melopea, su discográfica, con la participación de una decena de músicos argentinos; la reapertura del bar La Perla; los festejos por el Bicentenario y, ahora, la edición de Página/12 de dos discos que documentan aquella presentación.
–Para nosotros fue impactante tocar para tanta gente, además de oírnos muy bien y luego corroborar que por televisión se oía increíblemente. En nuestro país ha sido un “clásico” que una banda se escuche muy mal en vivo por la televisión. Aparte de nuestra satisfacción personal, creo que haber realzado el rock argentino en la apertura de este festejo histórico coloca al género en un reconocimiento de raíz popular, que se suma a nuestros dos géneros de raíz argentina, el tango y el folklore. En cuanto a lo de La Perla es muy bueno. Todo esto es una sorpresa bárbara. Nunca me imaginé que alguien fuera a hacer esto, es una cosa bastante piola. Nosotros veníamos acá porque era el único lugar que estaba abierto a las cinco de la mañana. Terminábamos de tocar en La Cueva y nos veníamos todos para acá. Entrábamos porque si te veían en la calle te metían en cana por cualquier cosa: por tener pelo largo o por estar caminando en la calle tan tarde. En esa época no había nada abierto a esa hora ni tampoco teníamos plata para tomar un taxi: entonces entrábamos porque en La Perla pasábamos desapercibidos. Que se abra un lugar nuevo para tocar en vivo me pone muy feliz. Que haya buen sonido, luces, y que toquen músicos solistas y grupos muy buenos, me pone contento. Y más sabiendo cómo está la situación en la Ciudad de Buenos Aires, donde no hay lugares para tocar, para nadie: ni para grupos chicos, medianos o grandes.
–¿Cómo fue el armado de todo lo que se pudo ver y escuchar en la 9 de Julio, el año pasado?
–Yo había hecho unos discos dedicados a la primera década del rock nacional, una caja de nueve discos con casi trescientas grabaciones nuevas. Y presentar todo ese material en vivo era muy difícil, porque teníamos que juntar a todos los músicos y se hacía imposible. Entonces, empecé a pensar que algo había que hacer. La idea era hacer algo que durara dos horas, y llamar a los que pudieran, a los que estuvieran libres en ese momento para tocar en vivo, aunque sea, dos canciones cada uno. Cuando terminamos eso, nunca me imaginé que iba a ser la apertura de los festejos por el Bicentenario. Imaginate la satisfacción para nosotros, que venimos de un inicio donde lo que hacíamos era perseguido, prohibido, subestimado y toda la cantidad de cosas desgraciadas que sabemos que sucedieron. Estamos muy orgullosos de saber que el folklore, el tango y rock argentino son la representatividad total de nuestra cultura en la música popular.
–¿Creía que esos festejos iban a ser tan masivos y que sería tan emotivo el recibimiento de la gente?
–No, nunca me lo imaginé. Creo que nadie pensó que esos festejos fueran a tener la resonancia que tuvieron. Sí, siempre se espera una cantidad de gente importante, pero fue algo muy grande lo que ocurrió durante esos días. La verdad es que fue un espectáculo maravilloso y emocionante, con millones de personas. Ahí yo me di cuenta de que eso había que publicarlo. Entonces, hablando con algunos de mis compañeros, me comentaron la idea de hacerlo a través de Página/12 y me pareció una idea buenísima que tuviera un precio accesible y que lo pudieran comprar todos. Además, suena divino, muy bien, y están Fito Páez, Rodolfo García y muchos más. A 40 años de su creación, el rock argentino tiene identidad, personalidad, y es un brazo más de nuestra cultura porque representa varios matices de nuestra idiosincrasia.
–El recital que se publica con el diario es una continuación de aquellos nueve discos en homenaje al rock nacional. ¿Cómo hizo para coordinar con los músicos para que participaran de la grabación y que algunos estuvieran en el recital?
–Lo que hice fue llamar yo a todos los músicos. Lo hice así porque si llamaba primero al manager o al secretario, no iba a hacer nada. Entonces llamé directamente a los músicos. Todos me decían lo mismo, que iban a venir, que les encantaba la idea. Además, nunca pensamos este proyecto como un negoción; se trataba de hacer algo que quedara bien hecho, que hubiera fotografías y que se revalorizaran todas esas canciones. Se dio porque todo el mundo aceptó. A veces uno no acepta algunos lugares a los que lo invitan porque huele un business exagerado o una utilización de la persona que pueden llegar a hacer. Yo no me niego a las invitaciones que me hacen. Acepto las invitaciones de alguien que me llama porque me aprecia, no de esos que te llaman por llamarte. Hay invitaciones que son para sumar taquilla, pero la invitación a hacer los nueve discos o al recital por el Bicentenario no fue así, fue algo natural.
–Estuvo realizando una serie de recitales en plan solista, con teclados y guitarra acústica. ¿Podría contar cómo logra articular sus conciertos íntimos con aquellos en los que lo acompaña un grupo?
–A mí me gusta cuando toco con músicos y cuando lo hago solo. Cuando toco de forma grupal, es más eléctrico, como con la banda mía (La Luz). Intercalo bajo, guitarra, batería. Pero, cuando actúo solo, en lugares más pequeños, casi siempre es por el interior, porque es caro trasladar a la banda. Hay lugares en los que me gusta tocar, porque vivo espiritualmente de eso. Entonces voy a un lugar donde me encuentro que hay gente que no pudo verme nunca porque no le alcanza para venir a Buenos Aires. Y está bárbaro llegar a muchas provincias del interior. Cuando estoy de gira, toco solo y termino haciéndolo casi todos los días de la semana, y se convierte en algo bueno para la música y para el trabajo. Y así es mi manera de llegar a todos lados. Yo tengo esta manera de tocar; para que suenen las canciones me autoabastezco, no es que hago un recital solo con la guitarra como si fuera un acústico. Tengo un par de sonidos sampleados y uso dos teclados. Esto me permite que todas las noches toque quince canciones distintas o canciones que hace veinte años que no interpreto. Yo mismo me sorprendo con eso.
Crédito fotográfico: Joaquín Salguero
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