domingo, 10 de julio de 2011

Multiprocesadora de sonidos

Nota publicada hoy en la sección Cultura & Espectáculos de Página/12

“Difícilmente hubiese podido ser el cantante de una banda de rock y estar ahí en primer plano, buscando los flashes. Pero sí disfruto de un rol más tranquilo y discreto al mando de mis discos instrumentales. Será que ese don de la suerte, sumado a mis propias ganas, me fue llevando a alcanzar las metas”, responde el músico Fernando Samalea ante la pregunta sobre cómo construyó una carrera –aunque a él no le guste hablar en esos términos– que ya lleva más de veinte años y en la que tocó con algunos de los más prestigiosos artistas de la escena local e internacional. Este baterista tiene tiempo para todo: viaja por el interior del país en cada rato libre, toca batería, percusión y bandoneón, compone, es parte del Sexteto Irreal (que recientemente publicó Jogging), colabora actualmente con diversos músicos (Rosario Ortega y Pablo Dacal, entre otros), tocó la batería en “Calma pueblo”, una de las últimas canciones de Calle 13, grabó discos instrumentales, tocó con Andrés Calamaro, Tony Levin y decenas de artistas a los que se fue acercando en el transcurso de su vida. Y ahora, para no perder la costumbre, acaba de publicar Al limiti del mondo, el nuevo disco que Samalea firma en conjunto con su “hermano”, Fernando Kabusacki, y que aquí explica.

–Se encuentran algunas diferencias entre su obra solista y la de sus proyectos en los grupos de rock. ¿Cómo se alimentan entre ellas?

–Diría que tuve siempre esa dualidad, participando de proyectos enormes con artistas súper populares y a la vez en esos para minorías, como el mío de bandoneón. Así se dieron determinadas alianzas, algunas en plan miniatura. La que tenemos con Kabusacki en Al limiti del mondo es un buen ejemplo. Uno es lo que es. No podés forzarlo. Venís de antemano con una señal y la llevás adelante, o no sucede nada. Casi todos realizamos muchas actividades en paralelo, no sólo dentro de la música. El filósofo Gurdjieff se cansó de aseverar que “no somos uno, sino ocho”, con facetas bien diferentes dentro. Así se explicaría el frecuente oscilar de nuestros gustos, a veces alarmante. Vamos de fiestas esnob a obras de teatro o a películas conmovedoras sin escalas. De lo trágico de Stendhal a las memorias de Groucho Marx, que te hacen descostillar de la risa. ¿Por qué algunos días querés escuchar las bossa-novas de Vinicius y Jobim y otros a The Who, o tal vez a MGMT, Luis Alberto Spinetta, Kings of Convenience o Frank Sinatra? Claro que al componer música hacés lo que te sea posible, con tus limitaciones, y supongo que el secreto de lograr algo pasa por aceptar esa pauta.

–En su discurso y en sus discos interactúan la literatura, la música, el cine y la pintura con mucha asiduidad.

–Es que muchas veces la idea original deviene de un caos sensorial. Algunos tienen cierta fluidez, dicen tres o cuatro frases y ya entendiste todo. A mí me cuesta más ser preciso o encontrar las palabras e imágenes apropiadas. Cuando hablás de algo, soñás determinados colores, temperaturas, texturas. Todo queda envuelto en ese juego creativo: la energía, la respiración, el movimiento del pecho al entrar o salir oxígeno, los gozos, alegrías, añoranzas o dudas. Hay dos palabras que evito cuando hablo de mí: trayectoria y obra. Sólo intento sumarme a proyectos ajenos o generar propios que conlleven sinceridad e ilusión. Y los acepto como un pequeño fotograma del momento.

–¿Cómo nació su relación musical con Fernando Kabusacki?

–Con Kabusacki se da una alianza que roza la hermandad. Nos conocimos a través de María Gabriela Epumer y desde el primer segundo ya estábamos predispuestos a compartir música, chistes u ocurrencias. El me mostró el mundo del Guitar Craft –el de los discípulos de Robert Fripp–, y yo debo haberlo acercado un poco más al ambiente del rock. Lo llamativo es que sus discos y los míos son completamente antagónicos, ya que suelo usar armonías cercanas al sentir de Buenos Aires o al exhalar bandoneonístico; mientras él genera temas y atmósferas inclasificables dentro de un contexto geográfico.

–Mucho de lo que dice está presente en Al limiti del mondo. ¿Cómo se gestó el disco siendo ustedes musicalmente antagónicos?

–Hace unos meses estábamos en el Festival de Cine de Montaña de Ushuaia y nos propusimos realizar este disco a dúo. Apenas regresados pautamos las siete piezas. Hubo estructuras, progresiones de acordes y melodías desde el vamos, evitando las improvisaciones como eje. Les dimos gran protagonismo al vibrar de las cuerdas y al ondular de los parches y usé bastante el vibráfono. La premisa fue conservar ese halo de aire y espacio que tiene la música cuando coquetea con el silencio.

–Además participa Tony Levin, bajista de King Crimson y Peter Gabriel, que ya había grabado con usted. ¿Cómo fue el acercamiento?

–Le pedimos que sea nuestro invitado de lujo. Que se haya sumado a dos músicos ignotos del Cono Sur como nosotros, siendo quien es dentro de la música internacional, habla de su grandeza. Es una de las grandes sorpresas que te da la vida verlo interesado por el sonido del bandoneón, participando en varios de mis discos desde hace años y ahora también en éste. Y que podamos compartir otras cosas como cafecitos y salidas por ahí, charlas, complicidades, humoradas... intentaremos hacer un disco de trío a futuro.

Crédito fotográfico: Luciana Granovsky


1 comentario:

Anónimo dijo...

No conocìa tu blog, lo vì en el blogroll de Tucho y me vine por el tìtulo.
Me gusta mucho y volverè a visitarte.

Saludos!