Solari llegó nuevamente (ya había tocado en noviembre del año pasado) para seguir presentado su tercer disco solista, El perfume de la tempestad, una obra oscura, redonda y mucho más pesada en cuanto a lírica y sonido. Pero que, definitivamente, entrega un puñado de himnos para recitales: “A los botes”, “Satelital” y “Ceremonia durante la tormenta”, de los que el público se apropió como grandes y viejas gemas de Los Redondos. Fueron 80 mil personas las que coparon el Hipódromo Municipal de Tandil.
La multitud emprende viajes a cualquier sitio para ir a ver a su líder, paraPacompañarlo y mostrarle un cariño de años. En Tandil se percibía cierta militancia (una bandera desplegada en el campo dice: “Militancia ricotera”). En entrevistas previas al recital, Solari dejó en claro que no se iban a vender más de ochenta mil entradas. Un número considerable si se tiene en cuenta que, como él mismo insiste, todo se construye desde la periferia y lejos del circuito oficial. Pero, como su público, todo tiene que ver con la eterna militancia en ese concepto denominado “cultura rock”.
La consigna “Esta fiesta sin bengalas” y una foto de Walter Bulacio se proyectaban permanentemente en las pantallas de todo el predio. Y empezó un recital plagado de guiños a la producción solista del artista nacido en Entre Ríos. Los primeros versos ricoteros fueron “Superlógico” y “Fusilados por la cruz roja”, dos bastante añejos, pero interpretados con una dedicación y ensayo de casi dos meses. La voz se escuchó lejana y, a 50 minutos de iniciado el show, el Indio decidió parar: “Vamos a descansar unos minutos porque me parece que no llego al final”. Todos se rieron, parecía un chiste, pero fue un problema subsanado paso a paso, canción a canción, mediante la ayuda de los coros de sus guitarristas Baltasar Comotto, Gaspar Banegas y la corista Deborah Dixon.
“Quiero dedicarle este recital a mi hijo Bruno, hoy es su cumpleaños”, se permitió brindar Solari, en la primera mención que hizo de su hijo en un recital. Allí llegaron “El tesoro de los inocentes”, y el tándem inoxidable “Nadie es perfecto” y “Ñam fi fruli fali fru”. Tampoco el ex cantante de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota había presentado en vivo a los miembros de su banda. Nunca había mencionado, al menos sobre un escenario, el nombre de cada uno de ellos. Hasta el sábado.
Es que estaban haciendo un muy buen recital. Sobre todo Baltasar Comotto, un gran guitarrista de rock (que también forma parte de la banda de Luis Alberto Spinetta) encargado de algunos solos y de ponerse el equipo al hombro. Junto a Gaspar Banegas (“el guitarrista cool de la banda”, lo presentó Solari), conforman un dúo de guitarristas sólido, salvaje y exquisito a la vez dentro de un grupo que suena ajustado, sin un solo error y con largas horas de ensayo.
No faltó el tridente más esperado por todos: “Un ángel para tu soledad”, “Juguetes perdidos” y “Jijiji”. Esas canciones que mueven montañas y hacen “temblar ciudades”, como repitió el Indio ya sobre el final y con muchos corriendo hacia la terminal de ómnibus. “Por esto vinimos a Tandil”, gritaba un fanático. Y es cierto. Ahora habrá que esperar a noviembre o diciembre de 2012 para nuevas noticias desde Luzbola
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