Comencé a leer a Richard Ford por un conocido. Él lo había citado en varias oportunidades en su página personal de Internet y, luego de sufrir una decaída literaria (es un período que dura uno o dos meses, todos los años de mi vida), me topé con un ejemplar de “El periodista deportivo” en una librería de saldos de la Avenida Corrientes. Por aquel entonces yo comenzaba a estudiar periodismo en la escuela TEA, y la novela de Ford se transformó en el manual de grado. Que no se mal intérprete: ese libro me enseñó a pensar el periodismo de otra manera. Y por sobre todas las cosas, fue un libro de enseñanzas de la vida. El personaje principal, Frank Bascombe, continúa siendo uno de mis pocos ídolos.
Pero aquí me senté para escribir sobre “Mi madre”. Principalmente, es un libro conmovedor. Está escrito luego del fallecimiento de la madre de Richard Ford, después de un cáncer galopante. En el transcurso de esta ¿biografía? se me venía a la cabeza la “Carta al padre”, de Franz Kafka. No era un ejercicio comparativo, sin embargo parecía la cara de la otra moneda. Ford le reprocha a su madre no haber sido feliz. Él, en cambio, en ningún momento se culpa por algo. El autor estadounidense dedica un segmento importante del libro a su progenitor: “Luego murió mi padre y eso cambió todo, y en lo que a mí respecta y por extraño que parezca, en muchas cosas para mejor”.

Ford escribe reconstruyendo un rompecabezas infinito. Es decir, el libro está hecho con pedazos, recuerdos imprecisos, olvidos generales. Abundan las expresiones “no recuerdo”, “no sé qué”, “nunca he sabido”, “quien sabe por qué”, “no sabía entonces ni sé ahora”, “nunca supe”, “no estoy seguro de si ella…”, que permite a los lectores construir una figura materna un tanto frágil y delicada ("Ella se oponía. Pensaba que estropeaba las vidas, que lo echaba todo a perder"). Otro de los pasajes interesantes del libro es la relación que tiene el hijo "escritor" con su madre: "Observaba mis esfuerzos para ser escritor y no terminaba de entenderlos. ´Pero ¿cuándo buscarás un trabajo y te asentarás?´.
Copio dos párrafos que servirán para dibujar mejor la figura de la madre: "Richard -decía-, nunca conoceré la felicidad plena. No está en mi naturaleza. Concéntrate en tu vida. Déjame sola. Yo me ocuparé de mí". Otro: "Una vez me dijo que en un ascensor una mujer le había preguntado: ´¿Tiene hijos, señora Ford?´A lo que ella respondió: ´No.´ Y luego pensó: ´Bueno, sí, tengo. Está Richard´".
Una de las imágenes memorables de este libro editado por Anagrama es cuando, sobre el final de la vida de Edna Akin, ella se sienta junto a su hijo, en una charla que –supongo- el autor pinta como la última y más importante de la relación con su madre. El autor nos pone en un aprieto. Hay pocas escenas en el libro donde Ford muestra un afecto para con su madre. El primero es cuando la busca desesperadamente por todo el vecindario, y la encuentra en el departamento de un hombre (a esa altura, el padre de Richard ya había muerto). Acaloradamente, le reprocha: “Sólo quería que me avisaras dónde estabas”. La segunda demostración de afecto es sobre el final, donde Ford desliza un liviano “Te quiero”, cuando él ya conoce el destino que le tocará en suerte a su madre. Uno de los párrafos finales dice así: “Ella sabía que yo la quería porque se lo dije bastantes veces. Yo sabía que ella me quería. Esto es lo único que ahora me importa, lo único que debe importar”. Y sirve, definitivamente, como resumen superior de una obra pequeña pero no menos magnífica.
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