sábado, 21 de julio de 2012

"Los fanatismos son anacrónicos"

Foto por Agustín Dusserre
Nota publicada hoy en la sección Cultura & Espectáculos del diario Página/12

“Soy un pelotudo bastante importante”, se dice a sí mismo Willy Crook, luego de una risita cómplice, entre dientes. Lo balbucea vertiginosamente y a hurtadillas, como ocultando la voz para que nadie lo escuche. Crook es un hombre que va demasiado rápido –y un tanto encorvado– en esta ciudad de tránsito lento. Por estos días se encuentra trabajando en The Royal We –la banda que formó en 2009–, con la que se presentará hoy a las 21.30 en Samsung Studio, después de una primera función agotada.

Crook es un artista del lenguaje hablado, un histriónico personaje salido de las entrañas del rock argentino. Página/12 lo encuentra en la puerta de su casa de Balvanera, reparando su camioneta, la misma que utiliza para transportar los equipos e irse de gira por el interior. Debajo del asiento del conductor lleva un cuchillo. “A veces, alguno puede meter la cabeza y hay que estar preparado”, comenta, mientras levanta el capot y maniobra de aquí para allá la caja de herramientas. Su vida se compone de escenas. En una, ya dentro de su casa, y ante la foto de un guitarrista que tiene de fondo de pantalla en una de sus notebooks, dice: “Qué digitación que tiene, ¿no? Qué genio”, para responderse, unos segundos después “soy yo”, y reírse a carcajadas, otra vez. En esa foto sepia, tomada por un fotógrafo profesional durante un recital, aparece con el pelo recogido, la guitarra eléctrica que lo acompaña a todos lados y unos anteojos negros demodé, pero que le quedan perfectos.
 
–Si bien empezó en la música tocando la guitarra y hoy lo sigue haciendo, se lo reconoce más por su trabajo de saxofonista con Los Redondos, Los Abuelos de la Nada, y sus colaboraciones con Sumo o Charly García. ¿Alguna vez se cansó del saxofón?

Willy Crook: –En un momento, sí. Me tenía recontra podrido. A principios de los ’80 éramos pocos: Emilio Villanueva, Pablito Rodríguez, Roberto Pettinato y Daniel Melingo. Ahora ya son muchos. Desde luego, siempre estoy volviendo al saxo, pero el kilometraje te da cierta apatía. Sigo siendo un boludo alegre que se entusiasma con la música. Me sorprendo de lo que sucede conmigo. Porque después de los Funky Torinos, yo quería comprender a Los Redondos, pero era incomprensible ese fenómeno. Todo lo que se generó después. Era una figura, una imagen... anárquica monárquica.

No se volvió loco, Crook. Sencillamente, está atravesando su mejor momento musical y esta nueva formación lo demuestra. Nunca antes estuvo tan productivo: está grabando nuevo disco, tiene varios proyectos en mente, y pronto saldrá un DVD en vivo del recital que llevó a cabo con Gillespi en octubre de 2011. “Nos llevamos muy bien, somos de otro planeta. Me cae fenomenal Gillespi”, asegura. “Si alguien supiera de qué planeta somos, nos hubieran devuelto. Lo he visto tocar escalas que desafían la gravedad, man. Me gusta conservar ese hippismo que hay entre nosotros.” De repente, Crook continúa con su dilema con el saxo: “Estaba hasta los huevos del saxofón. Porque estaba en otra. Sentía lo mismo que hubiera sentido Tula con un bombo en un concierto de poesía. Y cuando tenés que parar, te perdés completamente. Me alivió, fue como cuando escuchás que se detiene el motor de la heladera. Pero igual no lo puedo dejar”.

Una vez, promediando los ’80, sí quiso dejar todo. Se volvió un poco loco (como tantos en aquella década), armó un grupo oscurísimo. “Me copé con esa mierda de las cajitas de ritmo e hicimos Mimilocos. Eramos los hijos deformes de Los Encargados”, se ríe. Y después todo lo demás: llegaron los Funky Torinos y, desde 2009, Willy Crook & The Royal We, un proyecto en los que revisita standards de jazz, soul y funk, y vuelve a su repertorio anterior.

–Recién hablaba de una figura monárquica-anárquica. Los recitales de The Royal We tienen algo de anárquico.

W. C.: –Sí, eso pasa más en los ensayos, pero en los recitales también. Ahora yo estoy mejor. A mis compañeros les pido que toquemos tres temas decentemente... ¡y lo logramos! Llevo tres años sin tomar alcohol y eso se nota en el escenario. Lo que cuesta es la decisión. Distraerte. Yo era el amigo al que le pegaba mal el alcohol, el que tomaba y se transformaba en una bestia. No conocía las resacas, man. Tenía una tolerancia sorprendente. Fui un tipo al que invitaban a todas las fiestas. Siempre pensé que el prestigio se medía en litros. Ya era un pelmazo, no rendía.

–¿Cree que su rol de saxofonista en los ’80 fue importante para las bandas de rock que se formaron durante las décadas siguientes y que ponían en primer plano al saxo?

W. C.: –Para ellos creo que fue fuerte lo de Los Redondos. Nunca logré tomar la dimensión de lo que hice, ni tampoco eso de (imita al Indio Solari) “saltar los decorados del rock”. Entré a Los Redondos sin saber tocar el instrumento. Cuando volví, en el ’91, me di cuenta de que todo eso pasaba por encima de los decorados del rock. Se transformó en una bandera social, no era ya una banda de rock. Pero es cierto lo de los saxofonistas ahora. Espero que entiendan que vale más un fracaso ajeno que cien grandes éxitos.

–Los Redondos están llenos de fanáticos. ¿Usted es fanático de algo?

W. C.: –No soy fanático de nada en general. Me gusta irme. Sí, eso, soy fanático de irme. Me gustan los autos, pero no miro las carreras. Es que con los Ford no nos llevamos muy bien, porque un par de veces vi algunos verdes. Los fanatismos me parecen anacrónicos. Soy un fanático de no ser fanático. Ya la vi a ésa. La batalla de los chetos contra los pardos, ¿no? El General Levi’s contra el Coronel All Stars (risas). En la música llegué a verlo todo. Mucho. Vi ese fanatismo de Los Redondos contra Soda Stereo y viceversa. Creo que (Andrés) Calamaro fue uno de los pocos chetos buena onda que me dirigieron la palabra.

Ahora, de vuelta en la puerta de su casa, Crook se olvida de la entrevista y clava los sentidos en unas bujías nuevas que debe probar en su camioneta. “Pappo no era el único músico que sabía de esto, ¿eh?”, bromea. Va a tener para rato, y lo disfruta como si fuera un chico. Habla con las herramientas, indescifrablemente. Putea un poco. Pero, en el fondo, está jugando a ser mecánico. A no ser Willy Crook, en definitiva. A ser el hombre lento que va demasiado rápido.

1 comentario:

pai dijo...

no conocía el blog, buenísimo!